Estaban en medio de una sesión parlamentaria en el Congreso de los Diputados (ese sitio donde dizque estamos representados todos los españoles) y se ha armado la marimorena. El presidente de la cámara, Manuel Marín (el único cargo del Gobierno al que le subiría el sueldo si estuviera en mis manos, me da igual lo que cobre ahora, eso no está pagao) ha llamado la atención por tres veces, antes de expulsarlo, al diputado popular Vicente Martínez Pujalte (noticia vía escolar.net; el vídeo del enlace de Telecinco no se ve bien en Firefox). El Presidente tiene, por supuesto, la potestad de hacerlo si considera que una señoría está faltando al orden, y después de advertirle dos veces (Reglamento del Congreso, artículo 104).
Bien, pues no se iba. Mientras los ujieres calentaban agua el diputado Eduardo Zaplana ha subido a hablar con Marín, y no sé qué se han dicho que al final, después de amenazarlo con obligarlo a cumplir la ley, el Presidente ha conseguido que Pujalte abandonara el hemiciclo, con aire chulesco, como queriendo decir “me voy porque me da la gana, ¿os enteráis?”.
Me gustaría que cuando voy a 160 km/h por la autopista, la Guardia Civil me llamara al teléfono móvil y me dijera:
Señor Gómez, está sobrepasando en 40 km/h el límite de velocidad.
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Señor Gómez, por segunda vez, está sobrepasando el límite de velocidad. Si le aviso una tercera vez, me voy a ver obligado a ponerle una multa.
Y que, por supuesto, después de cascarme la multa, me leyera el Código de Circulación, y me rogara que pagase la multa porque así lo dice la ley.
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Hoy hemos dado en clase de Literatura la interrogación retórica.
¿De verdad nos merecemos esto? ¿Tanto mal hemos hecho los españoles en el pasado, o haremos en el futuro, para sufrir esta clase política? ¿No hay un partido político decente en este país, y con ideas claras y sensatas, y que no sea un hatajo de ladrones, para que uno no sienta más vergüenza casi de la Democracia que del franquismo?
Ya, ya sé que las preguntas se responden por sí solas. Por eso son retóricas.